
El se movió y cambio de postura, dejo de hacer ese ruido. Un pájaro cantó a lo lejos y ella trató de olvidarlo todo. No pudo. Ya era demasiado tarde. Un auto aparcado la esperaba abajo con el motor encendido, ella cogió sus cosas y se llevó la bebida con “cianuro”, dejó la nota al costado de la pulsera de oro de treinta y dos quilates; “jamás volverás a violar a una niña de seis años”. Escupió en la almohada, encendió un cigarrillo negro, dio diez pasos, abrió la puerta y se marchó.
Yo seguía espiando, como a todos los huéspedes de la fonda.
Yo seguía espiando, como a todos los huéspedes de la fonda.
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